La ardilla de Estrabón y la importancia de los bosques

25/1/21
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La importancia de los bosques

La importancia de los bosques es innegable en multitud de aspectos. Existe en los seres humanos una poderosa memoria genética que nos vinculará para siempre a la naturaleza en todo su esplendor. Los bosques son objeto de nuestro deleite y disfrute. Son pureza y libertad. Son nuestra mayor riqueza.

Fui a los bosques porque quería vivir intensamente la vida, porque quería sentirme vivo, para no descubrir, justo antes de mi muerte, que no había vivido”.

Estos son los versos más célebres del filósofo y poeta Henry D. Thoreau, sin duda una máxima que invitaba a redescubrir las esencias humanas en plena naturaleza, a la introspección y el conocimiento interior, al crecimiento personal, a encontrarnos de nuevo con los orígenes y los espacios que presenciaron el nacimiento de nuestra especie. Una filosofía que Kleinbaum inmortalizó para siempre en su obra cumbre, El club de Los Poetas Muertos.

Muchos siglos antes de que Thoreau lo dejase todo para irse a vivir a una cabaña, el geógrafo griego Estrabón, cronista de las legiones romanas, nos contaría aquella famosa anécdota que tantas veces hemos escuchado:

“Hispania es una selva en la que una ardilla podría atravesar sus bosques desde Gibraltar a los Pirineos sin ni siquiera tocar el suelo”.

Hoy los frecuentes viajes aéreos permiten a muchas personas poder contemplar la piel de la Península desde el aire. La visión no resulta halagüeña: inmensos espacios pardos, amarillentos y ocráceos predominan sobre las manchas verdes. El paso de los siglos, el fuego inmisericorde, el filo del hacha, la reja del arado y los dientes del ganado no han dejado más que lo despojos de lo que fue un paraíso forestal y faunístico, de aquella selva mediterránea que enamoró al mismísimo Estrabón.

Un país de bosques

A pesar de todo, seguimos viviendo en un país de bosques. Con casi 28 millones de hectáreas, España es el segundo país de Europa con mayor superficie forestal solo por detrás de Suecia. En este sentido, dada su vital importancia, cabe hacer una lectura de los bosques desde tres prismas interconectados: el ecológico, el económico y el cultural.

En cuanto al primero, los bosques representan la máxima expresión de la naturaleza y constituyen los ecosistemas más valiosos de la Tierra, un bellísimo patrimonio a conservar por sus altos índices de biodiversidad, su variedad de múltiples hábitats y paisajes, su generación de suelos fértiles, la producción de O2 limpio, la ingente captura de CO2 que mitiga el cambio climático y su función como inductores de lluvias, además de producir biomasa utilizable como fuente de energías renovables.

Recrean, en esencia, espacios donde se funde todo lo sustancial para la vida: la luz, el suelo, el aire y el agua. Su elemento nuclear, el árbol, es el mejor administrador que existe sobre el tiempo y el espacio, coquetean con la eternidad, viven en la lentitud y se recrean en la parsimonia y tal es su humildad, como decía Buda, que dan sombra incluso al leñador.

En segundo lugar, y aunque los bosques son manifiestamente invalorables, suponen un activo económico de primera importancia. Estudios recientes (Araújo, 2011) indican que los valores ambientales de los bosques españoles, traducidos a dinero, supondrían el equivalente a 50.000 millones de euros, un 5% de todo el PIB nacional. Pero no solo hoy son importantes para nosotros. La historia o la antropología nos dicen que los bosques procuraron a los primeros pueblos todo cuanto necesitaron para asentarse y prosperar: madera y corcho para elaborar sus casas, leña para el fuego, miel, plantas medicinales, setas, bayas, carne de los animales silvestres para comer, pieles para vestirse y hasta huesos y tendones para sus armas y flechas.

Y, por último, su función cultural es innegable. Es muy difícil encontrar a alguien que no se sienta a gusto en un bosque. Existe en los seres humanos una poderosa memoria genética que nos vinculará para siempre a este reino de sombras. Por eso el bosque ha atraído con tanta fuerza a nuestro espíritu y a todas nuestras formas de cultura. Son innumerables las historias, los mitos y leyendas, los cuentos, las novelas, las películas, los cuadros, las fotografías o las composiciones musicales que tienen como protagonista al bosque. De Tolkien a Enya, pasando por Andersen, Whitman o George Lucas, todas las sensibilidades culturales se han rendido a estos tapices de infinito verde. El campo mismo se hizo árbol en ti, parda encina, nos recordarán para siembre los versos de Machado.

Un viejo proverbio hindú reza así:

“El mejor momento para sembrar un árbol fue hace 20 años. El segundo mejor momento es ahora”.

¿Os imagináis un país sin árboles? Desde Ideas Medioambientales os invitamos a todas y todos a dedicar unos pocos minutos de nuestro tiempo a sembrar árboles, a contribuir, juntas y juntos, a conservar ese prodigioso patrimonio vegetal que da sentido a nuestras vidas.

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